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Los Core Desires: sentir desde la herida, desear desde el cuerpo

Nunca imaginé que las heridas más antiguas de mi vida tuvieran tanto que ver con cómo deseo, con lo que busco en una relación, con lo que me enciende o me apaga.
Durante años pensé que el deseo era algo espontáneo, un impulso que simplemente aparecía. Pero al adentrarme en la mirada somática entendí que el deseo tiene raíces. Que está tejido con lo que fuimos, con las carencias, los miedos y las experiencias que marcaron nuestro cuerpo antes incluso de tener lenguaje.

En la práctica somática hablamos de los core desires: los deseos núcleo. Son las sensaciones profundas que tu cuerpo anhela experimentar —más allá de la mente, del deber ser o de lo que aprendiste que “deberías querer”.


No son metas, son frecuencias emocionales.


Ser vista. Contenida. Admirada. Deseada. Libre. Segura. Tomada en cuenta.
Y muchas veces, esos deseos nacen justo en el mismo lugar donde antes hubo herida.

Si fuiste ignorada, anhelas ser mirada.
Si sentiste rechazo, deseas pertenencia.
Si aprendiste a complacer, sueñas con libertad.
Cada core desire es una puerta: cuando la cruzas con conciencia, te lleva a entender qué parte de ti está pidiendo ser amada distinto.

Y aunque a veces se hable de core desires negativos, quiero detenerme ahí.
Porque en realidad, no existen deseos “buenos” o “malos”.
Lo que sucede es que culturalmente se les ha dado una connotación negativa a ciertas sensaciones o fantasías que no encajan con lo que se considera “normal”.
Pero el deseo no se elige: se siente. Es una respuesta del cuerpo, muchas veces inconsciente, que intenta darle voz a algo que quiere integrarse.

Desde la mirada somática, entendemos que una herida puede buscar sanarse de dos maneras: a través de la repetición con agencia —recrear una experiencia, pero ahora desde la conciencia y el control— o queriendo sentir lo contrario, transformándola en lo que no recibiste en esa situación.

Esto explica por qué a veces nos excitamos ante escenarios que no reflejan lo que realmente queremos vivir. No porque deseemos que sucedan, sino porque el cuerpo reconoce esa energía y busca reconciliarla.
De hecho, estudios sobre sexualidad femenina muestran que entre el 30% y el 60% de las mujeres reportan tener fantasías relacionadas con rendición, poder o vulnerabilidad extrema. No se trata de querer violencia o sometimiento, sino de la posibilidad de reconfigurar la relación con el poder, el deseo y la entrega, esta vez desde el consentimiento y la intimidad.

Por eso, en lugar de juzgarnos, el trabajo es abrazarnos con empatía. Analizar con suavidad de dónde viene ese deseo, qué emoción quiere mostrarte, y cómo podrías explorarlo dentro de vínculos donde haya consentimiento, seguridad y contención.


El deseo no necesita censura: necesita espacio para ser entendido.

Cuando dejamos de dividir lo que sentimos en categorías morales y lo miramos como información viva, el cuerpo empieza a relajarse.
El deseo se vuelve un territorio de autoconocimiento, no de culpa.
Aprendemos que lo que nos excita no siempre busca ser vivido, a veces solo quiere ser comprendido, reconocido, sentido sin miedo.

Explorar tus core desires es volver al cuerpo con ternura. Es dejar que la curiosidad reemplace la vergüenza, que la conciencia abrace al instinto.
Porque cuando sabes lo que realmente deseas sentir —desde la herida, desde la carne, desde el alma— empiezas a crear vínculos, placer y vida desde la raíz de tu verdad.

Y de aquí nacen las fantasías sexuales… y ufff, es un mundo.
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