Conocer, abrazar y entender a la vulva
Durante generaciones nos enseñaron a ignorarla, a cubrirla y a sentir vergüenza de ella. La vulva fue silenciada, reducida a un tabú o tratada solo como un órgano reproductivo. Pero empezar a mirarla de frente, a reconocerla y abrazarla, es un acto de revolución y de reapropiación de nuestro poder y de nuestro cuerpo.
Cada vulva es distinta. Ninguna se parece a otra. Sus formas, colores, pliegues y texturas son únicos, y no existe una norma de cómo “debería” verse. Lo que sí podemos elegir es cómo queremos verla nosotras: con ternura, con aprecio, con curiosidad y con el respeto que merece. Cuando la observamos desde ese lugar, dejamos de juzgarla y empezamos a integrarla en nuestra vida como una fuente de sabiduría profunda.
Un territorio de sabiduría
La vulva no es solo placer: es intuición, energía creativa, gozo y vida. Ahí habita la fuerza de dar luz, de abrirnos al mundo, de reconectar con lo más vital de nosotras. Empezar a reconocerla nos permite abrir un canal de comunicación entre mente y cuerpo. Algo que se ve, se siente, se comunica y se reconoce. En ese diálogo íntimo descubrimos un lenguaje propio que nos guía, y cuanto más lo escuchamos, más puertas se abren hacia el placer.

El espejo como ritual
Un primer paso es el clásico ejercicio del espejo. Busca un momento de calma en un espacio seguro y privado. Coloca un espejo frente a tu vulva, mírala y respira. Quizá aparezca incomodidad al inicio, pero con el tiempo se convierte en reconocimiento y gratitud.
Obsérvala como un paisaje único: descubre sus pliegues, sus tonalidades, sus formas. Puedes hablarle, repetirle: “te veo, te acepto, te abrazo”. Y si lo sientes, ponle un nombre. Nombrarla es otra manera de apropiártela, de reconocer que es tuya y que merece ser celebrada.
Volver a casa
Integrar la vulva en nuestra vida cotidiana es desprogramar la culpa y la vergüenza heredadas, y abrirnos a una relación más libre con nosotras mismas. Porque cuando honramos nuestra vulva, honramos también nuestra voz, nuestros límites y nuestros deseos.
No se trata solo de erotismo, sino de volver a casa: de recordar que en nuestro cuerpo existe un lugar donde la vida, el placer y la intuición se encuentran. Y que esa fuerza siempre estuvo ahí, esperando a que la miremos con ternura.
La invitación: tu vulva es tu brújula. Obsérvala, nómbrala, intégrala en tu vida. Escúchala: ahí habita tu intuición, tu creatividad y tu derecho infinito a gozar.
